El problema de la identidad puede implicar varios sujetos. La identidad como fenómeno de la Nación, como la Nación se ve a si misma, como interpreta su pasado, su presente y su porvenir, que factores en común cree encontrar que la identifican y sobretodo la diferencia del resto de las naciones, particularmente las de su entorno.
Otro sujeto la identidad de la sociedad. Como la sociedad se percibe, como expresa sus características, sus virtudes y sus deficiencias. Lo que diferenciaría las dos identidades es más que el sentimiento de pertenencia el sentimiento de orgullo de la pertenencia.
En el caso de la identidad nacional ese orgullo está siempre a flor de piel y la identidad es a menudo confrontativa y aparece como una reacción de afirmación frente al otro o los otros.
En todos esos casos, sin embargo, la Identidad es siempre una creación, una invención de la Nación, de la sociedad en su conjunto, o de los diversos grupos sociales que la integran. Y si es una invención esta sujeta al cambio histórico, a la diversidad de las solicitaciones que provienen de los presentes y de los diversos grupos de la sociedad.
La identidad de la nación uruguaya, por ejemplo, se construyó sobretodo a fines de siglo XIX y comienzos del XX con el objetivo de incluir a la inmigración europea en el seno de la sociedad criolla receptora, y particularmente con la finalidad de diferenciar a la nación uruguaya del resto de los países iberoamericanos.
Así, en el (a menudo muy bien fundado) imaginario de aquella sociedad, lo extranjero entendido como lo europeo comenzó a ser parte de ser nacional, y lo iberoamericano entendido como lo indígena, a ser parte del otro.
El orgullo de los uruguayos en 1900 consistía en ser blancos, descendientes de la inmigración española e italiana, nutridos por la alta cultura de origen francés, y haber construido una sociedad política democrática.
Este imaginario, comenzó a cambiar cuando la crisis económica de la segunda mitad del siglo XX hizo que la sociedad dudara de él, y luego comenzara a crear otro en su sustitución.
Y así, en el imaginario colectivo y los medios de izquierda especialmente, comenzaron a afirmarse a al identificación del ser nacional uruguayo con lo iberoamericano y sus problemas y a ser juzgada la europeización como meramente superficial o como una traición a la esencia dependiente de Iberoamérica.
Los rasgos de la identidad también varían de acuerdo a cambios, solo en apariencia menos profundos, que existen en la historia de las sociedades. Pero no solamente existen las identidades colectivas, también existen las identidades grupales.
De aquí en más podemos preguntarnos como se habrían conformado esas identidades grupales y/o colectivas sin la presencia de España.
El Tratado de Tordesillas (1494) dispuso una línea imaginaria a 370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde y dispuso además que más allá de esa línea, las tierras descubiertas o por descubrir quedarían en posesión de España. Y allí estamos nosotros.
Dicen por allí que entre nuestras señales identitarias se cuenta que somos grises, tristones, que tenemos algo así como alma de tango.
Trabajé con un Rector con quien hablamos bastante de nuestros antepasados. Sus abuelos eran gallegos, el los recordaba como personas taciturnas a las nunca había visto ni oído reír.
Yo conviví 20 años con mi abuela catalana, una señora vestida de negro, llevó luto por su esposo toda su vida y me sucedió lo mismo ni en la foto que aun conservo se sonrió. Esos migrantes que vinieron a lejanas tierras en busca de un destino mejor, tuvieron sentimientos contradictorios, por un lado la esperanza y por otro la nostalgia del terruño perdido. Nosotros somos el producto de aquella esperanza y a la vez de aquella nostalgia.
Con esto no estoy queriendo significar que si España no hubiese estado en nosotros, seríamos alegres como castañuelas. Lo que si quiero decir es que nuestra veta gris, o sepia para ser más teniente, es contagiosa.
Leeré dos párrafos que aparentemente avalan lo dicho:
La Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA) celebra el próximo martes, 21 de junio, el “Día Europeo de la Música” con el estreno en España del concierto “Tango Sinfónico”.
Según información de la organización, este espectáculo contará con el tenor José Manuel Zapata interpretando títulos del género como “Cambalache”, “Volver”, “Nostalgia” o “Por una cabeza”. Dirigió este espectáculo Joan Alber Amargós, un prestigiosos director.
Somos como somos, a pesar de o por fortuna de. Eso sí, somos contagiosos.
* Directora del Archivo General de la Nación. Profesora de la Universidad de la República. Montevideo, Uruguay.